(Por Fernando Boido)
Black Sabbath siempre fue una banda muy difícil de entender, no apta para novatos y oídos vírgenes. Creadores del heavy metal a partir de sus riffs mastodónicos, climas tenebrosos y retorcidos, densos acordes y viajes lisérgicos, lo suyo fue y sigue siendo único. De los tres estandartes del metal británico (junto a Zeppelin y Purple) fueron los más defenestrados y menospreciados a nivel musical… seguramente consecuencia de la ignorancia. Sabbath es gloria pura en toda su esplendorosa etapa de los ’70 con Ozzy Osbourne (ocho álbumes históricos e irrepetibles), pero a fines de esa década era un grupo que venía cuesta abajo y arrasado en su última gira con Osbourne por el acto soporte: Van Halen. Su música sonaba desvencijada y vieja en el umbral de los ’80. Pero Tony Iommi tenía un as en la manga para recuperar al grupo: contrató a una de las voces sino la máxima e histórica voz del heavy metal, Ronnie Dio, un pequeño neoyorkino descendiente de italianos, lleno de talento y magia y que venía de hacer capote en el Rainbow de Ritchie Blackmore. Dio lo tenía todo: afinación inigualable, un tono enérgico y cristalino que se transformaba en susurro cuando el clima lo requería y un caudal que iba desde el aullido más desgarrador hasta el grito aguerrido de guerra, sentando bases en cuanto a técnica y forma de cantar hard rock y confirmando la premisa que grupo por el que pasara lo elevaba a otro nivel. Pero Ronnie no solo le otorgó a Sabbath calidad vocal, sino un vuelo compositivo tan importante como el que la banda tenía con Ozzy y más aún: musicalidad, lírica y melodía de la que la formación original carecía, además de sus habilidades como escritor para compartir las letras junto a Iommi y el bajista Terence “Geezer” Butler, responsables de las mismas hasta ese momento. Y ello sin sacrificar el lado oscuro y opresivo que los caracterizaba, lo que potenció a los restantes miembros para crear en conjunto un álbum revolucionario en la historia del metal y que revitalizó la alicaída carrera del cuarteto. En síntesis, particularmente creo que “Heaven And Hell” es el mejor trabajo de 1980, un año plagado de ediciones históricas como “Iron Maiden”, “Permanent Waves”, “Back In Black”, “British Steel”, “Ace Of Spades”, “Wheels Of Steel” y más, lo que acrecienta su valía; y la salida de él coincidió con el advenimiento del movimiento metálico más importante de Gran Bretaña, la “NWOBHM”, no solo acoplando a la banda al mismo, sino haciéndola líder de una escena de conjuntos emergentes y no hablamos de nombres menores: Maiden, Diamond Head, Angel Witch, Saxon y otros. Producido por Martin Birch a instancias de Dio (un veterano detrás de la consola que hasta esos años trabajó con Jeff Beck, Faces, Fleetwood Mac, Whitesnake y obviamente Deep Purple y Rainbow), el álbum abarca todos los climas posibles a través de ocho temas de antología, en los que ni casualmente se vislumbran momentos flojos, monótonos o de relleno, y en donde de entrada la placa deja a en claro su mayor mérito: convertir a Sabbath en otra banda, musicalmente más accesible pero sin resignar sus raíces con un material muy distinto al que los había hecho famosos pero que paradójicamente podía convivir y entremezclarse equilibradamente con él.
La apertura con “Neon Knights” no puede ser más intensa, con una marcha imparable en los riffs de Iommi… un tema directo, a la yugular y Dio brillando en el estribillo en el que se pone de manifiesto sus historias de fantasías al cantar “círculos y anillos, dragones y reyes, gastando hechizos y embrujos” lo transforman en un nuevo himno. “Children Of The Sea” es otro diamante en bruto, con su introducción nostálgica y su posterior explosión pesada y melódica, con el vozarrón de Ronnie llenando cada espacio. “Lady Evil” va al frente a partir de una base dura y consistente y “Wishing Well” sea quizás la canción más comercial del álbum con Dio dándole agilidad a su tono, y según sus palabras “felicidad, es un tema más feliz que el resto”. “Die Young” por el contrario es enérgico, y combina la oscuridad de sus guitarras con un estribillo que se contrapone dramáticamente a partir de la sensibilidad de Ronnie para cantarlo, mientras que “Walk Away” no baja la intensidad y va como piña. “Lonely Is The Word” es seguramente el momento más calmo y nostálgico aunque no menos pesado y en el que Dio pasa por todos sus matices vocales; y para el final, el tema que da título al álbum, convertido en una pieza épica junto a “Children Of The Sea” y “Die Young”: “Heaven And Hell”, en el que el grupo conjuga en casi siete minutos todo lo que vivía en ese entonces, luz y sombra, calidez y emoción, sentimiento y crudeza… “el mundo está lleno de reyes y reinas. Quienes enceguezcan sus ojos verán robados sus sueños. Es el cielo y el infierno! ” Sin duda, una de las canciones más logradas e imperecederas de todas las épocas. De manera inesperada y cuando pasaban a ser un dinosaurio olvidado, la banda redoblaba la apuesta y salvaba su trayectoria con una placa tan grande como maravillosa, propiedad del talento de los elegidos, transformando a Black Sabbath en uno de los pocos grupos en tener una segunda oportunidad y aprovecharla al máximo: gemas como “Mob Rules” y “Dehumanizer” (siguientes álbumes de estudio con Dio) lo confirmarían. Es el cielo y el infierno… en cualquier lugar, este estandarte se inscribe con letras de oro en la arena del rock. Imposible dejarlo pasar.
Calificación: 10/10